miércoles, julio 09, 2008

De viaje por Europa


Cuando un espectador se sienta delante de su televisor para ver un partido, probablemente piense que nos separan solo unos metros, justo los que hay entre su sofá y la pantalla. En realidad es probable que estemos a miles de kilómetros de distancia. Es la magia de la tecnología.

Cuando viajas tanto durante una temporada, pierdes la noción del espacio. Todos los sitios te parecen iguales. Los aeropuertos con sus vuelos cancelados o retrasados, los hoteles con sus recepcionistas con sonrisa forzada que hablan en inglés y los pabellones con sus canastas y sus banquillos. Tengo que decir que en esto último hay grandes diferencias.


Mi teoría es que, cuanto más al este viajas, mejores son los pabellones.

En Brno, de nefasto recuerdo porque nos privaron de acceder a la final de Europa, el equipo anfitrión, el Gambrinus (ya podrían haberse bebido las jugadoras unas cervecitas a cuenta del patrocinador), tiene un pequeño pabellón en medio de un bonito bosque. Con lo oscuro que es ese pais no entiendo como han podido construir un pabellón con tanta luz y color. Aunque a eso les ayuda mucho su afición.


En Moscú pugnan varios equipos por tener el mejor pabellón. El del Spartak tiene para mí el mejor sistema de sonido que he visto nunca en un recinto deportivo. En la final de la Euroliga de la temporada pasada, hubo un momento ensordecedor por parte del público, en el que me volví para mirar a la grada. Había mayoritariamente señores muy serios con bigote; la mayoría de ellos -con uniforme militar- totalmente en silencio. ¡Todo eran efectos de sonido!

Sus vecinos del Dynamo tienen un pabellón de entrenamiento que muchos equipos de aquí quisieran para jugar sus partidos oficiales. El recinto de juego, el oficial, simplemente espectacular. Lo mejor los banquillos: ¡eran sofás!. Si durante el partido me hubieran traido una coca-cola y unas palomitas, hubiera pensado que estaba en mi casa viendo el partido en la tele. Bueno en realidad el sofá de mi casa no es tan cómodo. Como el partido era un poco aburrido, yo miraba de vez en cuando por si alguna jugadora se echaba una cabezadita.

Pero si he de quedarme con uno, lo hago con el del Teo Vilnius, en Lituania. El pabellón no es el más bonito, ni el más grande. El público más bien soso y poco enchufado con su equipo. Pero basta con una mirada al techo, para darte cuenta de lo que se ha vivido en esa cancha. Allí, en lugar de retirar las camisetas de los ilustres que han pasado por sus filas, retiran directamente la "cara". Os dejo una muestra. Impresionante.

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